Lo vi sentado en la misma mesa, cogía la taza del café humeante con una mano y sostenía el diario con la otra. Abajo, el bolero lustraba sus zapatos Florsheim como si estos desearan ser arrasado por esa franela llena de grasa. Lo miré como siempre, solo que desde hace unos años desde más lejos y sin interactuar con él en lo más mínimo. Pero ahí seguía, en la misma postura enterándose de las noticias matutinas y recibiendo la reverencia de los autos que en la avenida disminuían su velocidad justo frente a esa terraza donde confundía e imaginaba que le hacían reverencia y no que frenaban debido a un tope que la alcaidía había colocado para aliviar el paso de los peatones unos cuantos metros adelante.
Esa mesa la compartimos juntos, desde mi infancia y hasta mi edad adulta. Los primeros años lo miraba tomar su café y leer el diario. Imaginé siempre estar sentados juntos en la misma postura, deseaba que mi pie creciera para poder usar zapatos de piel y ser boleados al igual que él lo hacía. Juré que la tercera silla la usaría mi niño que siguiera con el linaje familiar y que admirara al bolero al desempeñar su acto de magia de hacer brillar un par de zapatos.
La imagen no duró mucho, esa tercera silla jamás se usará y por lo que respecta a mi lo seguiré mirando desde esta esquina donde una avenida representa un abismo infranqueable e imposible de saltar. Él nunca sabrá que desde aquí lo observo, no sabe ver para atrás, después de unos años supe que no eran las noticias lo que leía, se deleitaba con la sección de anuncios y casas en venta. Tampoco me ha buscado, ni se ha interesado por saber que ha sido de mí en todo este tiempo, no está en su naturaleza. Todo es más simple, hace lo que quiere cuando quiere. Una vez cruzada una frontera ya no hay regreso, hoy lo sé. No quiere regresar por mí.
Pero aquí desde el otro lado lo observo e imito sus movimientos, me refugio en este letrero donde nadie me ve. Llevo mi mano a mi boca y sostengo una taza que no existe, y con mi otra mano un diario que no tengo. Cierro los ojos e imagino mis pies brillosos rodeados de una piel y una suela que proteja mis plantas sangradas por la fricción con el piso. Cargo todo cuanto poseo, una bolsa de tela que robé, una cobija que me regalaron y una botella de agua que relleno con la fuente.
Y allá esta él, quién no supo salvarme a mí.