Era jueves por la noche, el sol se ponía y justo una gran sombra oscurecía el portal de esa vieja casona del centro. Adela se deponía a tocar le timbre, solo por mera cortesía al ocupante de esa pieza, a la que siempre podía acudir en cualquiera de las situaciones en las que se veía expuesta. Y esa era una de tantas la cual no podría esperar más. Se había maquillado un poco más de lo normal y portaba un sombrero de plumas tirando a lo ridículo. La pintura facial que usó para los ojos no contrastaba ni combinaban con su atuendo, pero cumplía su cometido, verse lo peor que podía.

El zaguán no estaba cerrado, ni abierto del todo. Solo lo suficiente para que ella lo cruzara. Caminó hacia una escalera metálica que divide el patio del pasillo, que al subirlo llegaría a esa segunda planta que alojaba la vivienda. Avanzó con mucha pesadez y cuidado que sus tacones no se atoraran en las rejillas oxidadas y rotas de las huellas de esos escalones, que atravesarlos, cada visita para ella resultaba una travesía. Cuando por fin subió, se enfrentaba a ese indiscreto pasillo donde las miradas acusadoras de las vecinas que regresaban de lavar su ropa la acusaban y juzgaban sin pronunciar palabra alguna. Respiró hondo, y exhaló toda la dignidad que en ella quedaba respingando la nariz hacia el firmamento viendo al alba y con un paso firme muy ruidoso cruzaba ese segundo obstáculo antes de tocar a la puerta.

Tocó dos veces, no una ni tres. No pretendía molestar de más o que su toquido se confundiera con una constante lucha atroz de los vecinos de al lado. Pensó en lo que diría la ser recibida por él. Por unos largos segundo no hubo respuesta, tocó una vez más solo que ésta un poco más fuerte. La puerta se abrió y al fondo estaba un niño que comía un algodón de azúcar con tanta ansiedad como si de ese dependiera su vida.

– ¿Cómo te va? – Le dijo- ¿No esta tu papá en casa? Lo miró como si estuviera parada en una vitrina de chocolates, el niño la dejó muda por unos segundos. Había crecido tanto que le era irreconocible incluso a ella.

El niño la miraba sin decir nada, como si ella no existiera, solo abría la boca y devoraba el dulce escurriendo lo que sobraba en sus mejillas.

-Mi tío no está, se fue como siempre.

– ¿Sabes si regresa?

-Nop.

– ¿Te molesta si entro y lo espero?

-Nop.

Llegó hasta el sofá donde se sentó del lado que el cojín estaba entero, no pretendía rajar su falda con esos resortes expuestos, al menos si él regresara lo mejor es que la viera entera en su atuendo.

– ¿Rico tu algodón? – Intentó sacarle más de una palabra al niño que al parecer su boca estaba ocupada en una tarea más productiva que hablar con una vieja pintarrajeada y atrevida. Pero solo obtuvo un movimiento de cabeza el que tradujo como un sí. El niño la miró con recelo, pero ella no lo notó y por más que desearía abrazarlo no lo hizo.

– ¿Te dijo tu tío a dónde iba?

-Nop.

– ¿Sabes quién soy?

-Nop.

– ¿No me recuerdas?

-Nop.

Sacó de su bolsa un paquete envuelto en papel periódico y a su lado de una pequeña bolsa extrajo un cigarro que prendió sin reparar si al niño le molestara, decidió esperar ahí, igual la noche era joven. Mientras inhalaba en sabroso humo de su cigarro delicado notó que el algodón del niño al acabarse mordía el palo de madera, pensó que se rompería un diente, pero optó por no decirle nada, allá él. Cuando por fin rompió el silencio tiró el palo en el piso y se acercó a ella.

-A ver, si tan chicha: ¿Cuántos dedos te estoy mostrando? – El niño elevaba dos dedos de su mano izquierda, pero era claro que los doblados también se mostraban. Pero ella decidió seguir con el juego. Le interesaba.

-Dos dedos.

-Ya ves como eres, son cinco. Ay de veras…

Tras de ella una pequeña y cochambrosa ventana reflejaba una luz neón azul de un congal de la cuadra de enfrente y un ruido de sirena se hacía notar más fuerte para luego irse desvaneciendo hasta solo quedar el murmullo de un par de borrachos discutiendo. Cuando unos pasos firmes y el sonar del metal de esa escalera la distrajo y evito voltear a ver que tanto esos borrachos hacían.

La sombra de la puerta se dibujó en el piso, las luces del pasillo se colaron a la vivienda y toda su atención estaba en él.

-Adela, ¿qué haces aquí tan pronto? – pero sin esperar que le respondiera se acercó al niño parándose frente a él y sosteniendo su cabeza con sus manos.

-Se que habíamos acordado que vendría más adelante, pero me ganó la curiosidad y lo más seguro es que después de hoy no me verán nunca más.

-Pues mira que esto es una verdadera sorpresa, quieres un vaso de agua o algo de comer, creo que tengo tamal.

-Nada muchas gracias.

Adela lo sintió más nervioso de lo normal, pues escondía al niño tratando de evitar que ella lo viera, caminaba sin darle la espalda hacia el baño y de pronto desapareció. Solo escuchó el agua correr de la regadera cuando el niño regresaba frente a ella. El sonido del agua al caer y el vapor que emanaba de esa puerta la trasportó al pasado, no muy lejano, cuando lo consiguió en esa noche infiel. Esa fecha que la calentura de ese cuerpo tupido y sus vaqueros ajustados la hicieron perder la cabeza y traicionar a su propia hermana.

– ¿Cuántos dedos tengo? -Le preguntó esta vez Adela. Pero solo levantaba uno el índice.

-Cinco. – Le responde el niño cuando ambos compartieron una sonrisa cómplice.

Después de unos minutos él regreso, bañado y cambiado de su ropa de trabajo, portaba unos vaqueros ajustados y una camisa a cuadros apretada. Al verlo Adela suspiraba solo de recordarlo sobre ella y por unos instantes olvidó aquella culpa cargada en su alma desde la muerte de su hermana. Los meses que pasó escondida ocultando su embarazo infiel, y por último el abandono y desconocimiento de ese recién nacido el que regaló. Adela deseó tenerlo otra vez encima de ella, rasgarle la espalda lo más profundo posible, desquitarse de una buena vez, dejarlo inconsciente, agotado y vacío. Pero el niño la estorbaba por segunda vez en su vida.

-¿Dónde te has metido todo este tiempo?

-Pues un tiempo viví con mi tía Gertrudis y otro con la Genoveva.

-¿Con esa loca?

-Si, pero no duré mucho, más bien me salí porque ya me voy de la capital. Regreso a mi pueblo. Allá me espera mi apá y lo pienso ayudar con la parcela, no me caerá mal un poco de aire fresco, sabes que detesto esta cuidad de mierda.

-¿No te lo piensas llevar verdad?

-Por ahora no, soy mujer de palabra. Olvidaba, te traje este regalito, anda ábrelo. Tengo un amigo en el mercado de sonora, consigue estas pieles re-finas, dice que con una lana puede conseguir más y se pueden vender re caras.

-Adela, ¿vamos a empezar? Ya decía yo…

-No me ofendas, solo te platico de donde saqué esto.

-No me hagas correrte de mi casa otra vez, mejor dime cuánto dinero necesitas y ya.

-Pero por quién me tomas, solo vine verlos.

Adela se paró del sillón y camino hacia el niño, se agacho hasta que ambas caras quedaron al mismo nivel. Con sus manos lo tomo de la cara.

– ¿No me recuerdas verdad?

-Nop.

Adela se acercó al niño, metió la mano a su bolso, como si buscara algo. Al remover lo que ahí había adentro un sonido como de sonaja se emitía capturando toda la atención del niño que la miraba como tanta curiosidad como si las luces de un teatro estuvieran apagadas y el anuncio de la tercera llamada acabara de emitirse. Pero antes de sacar la mano, él la detuvo.

-A ver Adela, ven pa ca. Deja al niño para que lo confundes más. Mejor porque no me dejas ayúdate con algo de dinero para que puedas ir a ver a tu apá.

-Pues unos cinco mil pesos me ayudarían mucho.

-Estás loca tú, pero está bien.

Le extendió un paquete con los billetes, y Adela lo metió en su busto. Al caminar hasta la puerta se despidió del niño levantando ahora dos dedos pues sabía que lo volvería a ver.

La vio irse sin mirar atrás, en su espalda se reflejaban las luces neón de la calle. Al cerrarse la puerta todo se quedó quieto, en silencio. De fondo la discusión de aquellos borrachos aun continuaba, un poco más acalorada. Se sentó en su sillón y abrió una cerveza, y viendo jugar al niño en el piso dedujo que no sería la última visita de Adela a esa casa. “Mas vale siempre tener un guardadito” pensó.