Todas las verdades se ven desde la cima de la montaña. Es el lugar perfecto de la gente que lo sabe todo. Tener todas las respuestas es un don, mismo que desde las alturas se da de manera natural. Algo sucede con los ecos que bajan, esas ondas sonoras que llegan de las alturas, escuchándose como la verdad más absoluta, ¡irrefutable!
Universidad y escuela muy eficaz, donde se sabe solo al ir subiendo por las laderas y vertientes.
Joven en este alto trono yo creía que lo sabía todo, daba consejos a diestra y siniestra, algunos buenos y muchos malos. Todos mis movimientos resultaban, o más bien creía, serían un jaque mate, aunque solo sea un humilde peón el que desplazaste de su lugar.
Estas arriba y todo lo tienes, ¡hasta la verdad! La atención de los demás también es parte importante, con ellos ensamblas la escalera que te llevará al último peldaño.
Zona endeble que se derrumba fácil, escalera a base de baritas delgadas y frágiles que al menor soplido del viento, vuelan como palomas mensajeras, dejándote allá arriba en un estrecho pico y sin ninguna seguridad. Con un mensaje muy claro ¡No sabía nada!
¡Hoy veo lo que ayer no vi!
Todo eso que creía que sabía, resulto que en realidad no lo era, me nublé con la atención de los demás; misma que perdí con rapidez, desenmascarando toda esa realidad alterna creada por el espejismo de la ver las cosas desde la cima.
No hay mejor maestro que la vida, mejor consejero que los años y mejor enseñanza que los tropiezos.