Para mi ese nombre no era más
que una pequeña ciudad donde la única asociación con ella eran la fresas. Al oír la propuesta sin saberlo sonó solo
como un lugar y gente nueva por conocer. Además de promover mi novela en el
Bajío.
Una invitación con agenda y horarios establecidos para entrevista. Sin experiencia previa acepté. Revise mi agenda para esos días, mi otro trabajo me mantiene muy ocupado y siempre con compromisos ya establecidos. Por ser fin de mes y con el fin de año a la vuelta de la esquina tenía muchas juntas de cierres contables, reuniones con clientes y varios compromisos familiares. Todo mundo se apura en estas fechas y trata de hacer todo lo que los once meses previos dejo pasar.
Mi negatividad y yo tomamos un
vuelo a Leon el jueves por la tarde a más cerca de la noche. El avión llegó a
destiempo, y salimos dos horas después de lo programado.
Habían dispuesto para mí un
chofer quien me trasportaría del aeropuerto al hotel también reservado por mis
anfitriones. Salí y vi a una persona con un letrero con mi nombre. Emocionado
fui hacia él, me sentí tratado como ganador de premio nobel, aunque en realidad
se trata de mi primera novela.
Hector llevaba un buen rato
esperando, sin importarle me recibió con un cálido apretón de manos y una
sonrisa. En nombre de la aerolínea me disculpé, lo tomé del hombro y juntos
caminamos a donde había estacionado el coche.
Salimos de León rumbo a Irapuato.
Tras avanzar en la carretera, recta como una regla, Hector se detuvo en un
mirador. Orgulloso habitante de Irapuato y sin importar lo tarde que era, su gusto
fue mostrarme desde ahí su gran ciudad. Me señaló lugares emblemáticos y me dio
las coordenadas de cada uno de ellos, insistiendo a que debía conocerlos. Lo
escuché con atención, aunque estaba agotado. Lo único que deseaba llegar a
dormir, no lo interrumpí y esperé a que terminara su demostración.
Terminaba
la travesía iniciada, que culminaba más tarde de lo planeado. Héctor se bajó
del coche y me tomo del brazo y me llevó a la entrada del hotel como si guiara
a un niño perdido en el parque en su busca de sus padres. Y se despidió con la
misma calidez con la que me había recibido en el aeropuerto sin olvidar dejarme
la agenda para el día siguiente.
Esperé unos segundos ahí hasta
que se hubiera ido para entrar el hotel y pedir mi cuarto. Si hubiera llegado
de día, de camino al hotel siempre trato de ubicar las calles o avenidas donde
a la mañana siguiente pudiera salir a corres, pero al llegar de noche fue
imposible, todo lo que había visto eran calles estrechas y desoladas. Pregunté
por un gimnasio que pudiera usar y nada. Así que mi rutina de ejercicio matutino
no sería posible. Ya sin prisa por levantarme temprano decidí bajar a comer
algo la cafetería que aún seguía abierta. Un juego repetido de futbol y un pan
dulce duro que seguramente lo habrían guardado del desayuno y solo deseando que
fuera de ese mismo día.
Sonó mi despertador en punto
de las 8 de la mañana, pasarían por mí en 30 minutos más para ir a la primera
entrevista que sería en la estación radio Éxitos 98.9. Héctor, sonriente y
puntual ya me esperaba estacionado en el motor lobby. Me serví un café para
llevar y aun con cara de dormido y el cuerpo acartonado por no haber hecho mi
rutina de ejercicio me subí al coche.
Llegamos a la estación de
radio, al anunciarme en vigilancia respondieron que aún no llegaba la persona
que me había citado, así que de desparramé en un sillón. Se hacían las 9.30
hora de la entrevista y nada. Unos minutos después bajo un señor apurado para
llevarme, puesto que el vigilante se había equivocado pensando que yo asistía
al programa de las 10. A paso veloz, llegamos a la cabina donde Paco el
conductor me recibió con un cálido abrazo y comenzó el programa.
Antes de cualquier entrevista,
siento un hueco en el estómago al percibir el micrófono más grande de lo que es.
La incertidumbre de contestar bien, el temor de no hablar apropiadamente y más
aún, el no decir todas las virtudes de la novela que presentaría. Trato de
acomodarme en la silla, pero esta se siente tan grande que mis pies no tocan el
suelo. Pero conforme la plática fluye, los que me entrevistan me van llevando y
poco a poco la silla va adoptando su tamaño real.
Al terminar la entrevista ya
me esperaban para llevarme a otra cabina, donde tendría otra entrevista, en esta
ocasión la conductora era Atala que además era mi anfitriona en Irapuato. Al
ser mi segunda entrevista y con más confianza tanto la silla como el micrófono
adoptaban su tamaño real.
Al salir de la estación me
sentía inquieto. Hector, con su amabilidad habitual me llevó por un café y algo
de comer. Para mi sorpresa en la avenida divisé un Starbucks. Señalándolo como
si un náufrago ve tierra y le supliqué a Hector que ahí me llevara. Una vez
adentro se me sentí más tranquilo y hasta me refiné un panque aun sabiendo que
mi cuerpo no había quemado las calorías matutinas. Mientras yo comía Héctor me hablaba
de su familia y en particular de su cuñado quien se dedica a las fresas. Su
conversación me entretuvo hasta que llegó el momento de salir hacia la casa de
cultura donde tendría una entrevista para el periódico local.
La casa de cultura estaba en
el centro de la cuidad, en el casco histórico, tardamos en llegar un buen rato.
Al entrar me encontré con un edificio colonial entrada grande y de remate un
patio, rodeado de columnas de piedra natural que lo enmarcaban, soleado y
cuidadosamente adornado de macetas y flores. Lo cruzamos hasta llegar a una
suntuosa oficina de pisos de laja y muebles de madera antigua. Tras de mi entraron dos jóvenes, él sostenía una cámara fotográfica
y ella una libreta y pluma. Con
calidez me preguntaron sobre mi estancia en Irapuato para después comenzar con
la entrevista. Yo sin haber aún visto gran cosa les respondí que mucho.
Me preguntaron sobre mi paso de
la arquitectura a la literatura, luego sobre la historia que escribí y
cuestionando la posibilidad de que fuera autobiográfica. Como siempre no negué
ni afirmé nada mes bien hice hincapié en que cualquier semejanza a la realidad
era mera coincidencia.
Pasamos al atrio de la Casa de
Cultura para una sesión de fotos. Posar con mi libro y sonreír en busca de ver
el resultado. No sé si en realidad soy fotogénico o no, pero la incertidumbre de
esperar desde que suena el clic hasta ver mi reflejo ya sea en la pantalla de
la cámara o impresa se me hace eterna.
Mi presentación ante el público
sería hasta la noche. Apenas era medio día así que le pedí a Hector que me
localizara un gimnasio donde pudiera sacar mi ansiedad, sudar un poco. Me llevo
por ropa deportiva al hotel y después de ofrecerme un par de opciones elegimos
uno que además de estar muy completo me recibieron con mucho gusto. Corrí y corrí
viendo un capítulo en Netflix y después de una hora y empapado de sudor por fin
mi cuerpo recobrara la calma y el dolor que a un corredor siempre le acompaña
en las piernas.
Aún quedaban algunas horas
para volver a presentarme en la casa de cultura, mi estomago ya empezaba a dar
muestras de hambre. De modo que me bajé en el centro. Había visto una calle angosta
y peatonal donde había varios restaurantes. Elegí uno donde podría ver pasar
gente. En una calle empedrada a un costado de la plaza principal sacaba las
mesas a la amplia banqueta que cubría con un toldo azul, enmarcando las mesas
con un enrejado bajo de color verde. La mesa era pequeña y redonda y las sillas
de hierro poco incomoda. Con un mantel blanco impecable
estaban los cubiertos y platos donde degustaría lo que este lugar pudiese
ofrecerme. Se acercó un personaje ya entrado en años, no vestía de mesero sino
de ropa casual, al extender su brazo me entregó la carta, pero me enfatizó que,
si algo se me antojara que ahí no estuviera expuesto, él podría prepárame a mi
entero gusto. Le tomé la palabra y después de comer una tampiqueña con
guarnición de enchiladas de mole mi estómago ya no pidió nada más. Paso una
señora que vendía cigarros. Me fumé uno acompañado de un café negro y un flan
de coco suculento.
Con el estómago lleno y poco
mareado por la nicotina me animé a caminar por el centro. La idea era llegar
hasta mi hotel para ahora si descansar.
Más tarde llegué al recinto, el
salón ya estaba lleno. Otra vez mi estómago comenzaba a sentir esa sensación de
vacío y una leve temblorina en las piernas. Conocí a Fernanda quién sería mi
presentadora. Traía en su mano mi novela, se veía gastada, llena de separadores
de colores, lo que me puso aún estar más nervioso pensando en la profundidad a
la que podía llegar. Siempre me pasa que no me siento preparado e incluso
pienso que olvidaría detalles relevantes. Atala tomó el micrófono, y después de
una introducción y unas cálidas palabras para describirme le cedió la palabra a
Fernanda.
La presentación comenzaba a
entrar en calor, y yo me sentía con la suficiente confianza para hablar sin
detenerme. Mi esposa dice que por más que me defina como introvertido, cuando me
suelto no me para la boca. Pues hablé y hablé.
Unos minutos más tarde
entraron dos mujeres que tomaron lugares en la primera fila frente a mí. Una de
ellas captó mi atención por completo distrayéndome del tema. Su parecido a la imagen
de la portada de mi novela era impresionante, podría hasta presumir que la imagen
era ella, que, sin nunca haberla visto, ella me parecía más que familiar. Las
palabras empezaban a costarme trabajo, mi mente se ocupaba más en descifrar ese
parecido que en lo que Fernanda me preguntaba. A partir
de ese momento la concentración resultaba muy difícil, su rostro ya me poseía. ¿Quién
era? ¿Qué hacía ahí? Eran solo algunas de las preguntas que alternaban con los
comentarios de Fernanda sobre mi novela. Concluía que las posibilidades de ir a
una cuidad nueva y encontrarte a tu portada, eran tan remotas como el hecho que
yo algún día imaginara que ahí estaría. Sin embargo, ahí estaban ambas situaciones
remotas y juntas, una frente a otra.
Ella
también me analizaba, podía ver que me barría de arriba abajo. Cuántas veces
vas a un lugar o te vas a entrevistar con alguien y tu expectativa es distinta
a lo que percibes. Cuando ésta es superada, tus sentidos se agudizan y tiendes
a ser más analítico. En esos momentos lo único que yo deseaba era conocerla, y
saber si ella podía responder tantas preguntas antes formuladas, hablar con
ella y por qué no captar una imagen de su rostro con la portada en mi novela. Lo
había visto tantas veces en otras obras que pretendía que la mía también
tuviera su foto mitad libro mitad rostro.
Después de la sesión de
preguntas del público y tras un cierre pasamos la parte que más me llena, la
firma de ejemplares y fotos con todos aquellos que en su mano llevan con alegría
mi novela firmada. Tenía prisa y deseaba que ella no se marchara, que me esperara,
aunque sea unos minutos. Cuando ya no quedaba casi gente se acercó y para mi
sorpresa se presentó conmigo. Me hablo de ella, me contó que Atala la habló de
la presentación puesto que ella colabora en su programa de radio. Sin ahondar más
en nada le pedí la foto. Le hice hincapié que la subiría a mis redes sociales obvio
preguntado si estaba ella de acuerdo y consentía. Para mi suerte accedió con
una sonrisa que hasta hoy recuerdo. Y como una imagen habla más que mil
palabras aquí está:
Todo lo que pasó después fue
irreal. Me encontraba en una ciudad la cual no tenía en mi radar conocer y
rodeado de gente nueva que me atendía como los mejores anfitriones. Me
invitaron a la inauguración de un restaurante japonés donde la hija de ella
había hecho un mural. Atala se despidió y me dejo encargado con estas mujeres
que habían llegado tarde a mi prestación y ahora se encargarían de entretenerme
el resto de la noche. Sin contar que el rostro de una de ellas era la imagen de
la portada de mi novela en persona. Las noté comprometidas e incomodas, no
sabían a quién subían a si coche. Quise romper el hielo, les hice hincapié que
yo además de introvertido y antisocial no tomaba alcohol, no creyeron nada.
Arrancó Fofo, conductora designada intento rodear varias calles para salir
hacia la avenida principal, atestado de gente que caminaba hacia el zócalo
impedía avanzar. Se escuchaba la música y se olía la comida del zócalo.
Esquivando a varios, por fin salimos a una avenida más amplia la que reconocí al
ver aquel Starbucks donde Hector me narró sus anécdotas no mucho tiempo antes.
Llegamos a la inauguración del
restaurante japonés. En efecto al fondo de éste un mural con tres rostros
dibujados sobre una base color rojo, eran el remate perfecto. Gina como madre
orgullosa de la pintora me la presentó. Mirábamos el mural cuando alguien me
tocó por la espalda. Ahí estaban esa pareja de jóvenes que me habían
entrevistado en la Casa de Cultura por la mañana, cubrían la inauguración del
lugar y acompañados de dueño nos tomaron una foto para el reportaje. Ya también
saldría en la sección de sociales de Irapuato.
Me quede conversando unos
minutos con el dueño que es noche emprendía una aventura culinaria japonesa. Un
irlandés alto, de tez clara y pelirrojo no nada más vivía en Irapuato, sino que
servía comida japonesa.
Nos dieron una mesa, sentados
Gina con sus hijas y Fofo y nos empezaron a traer entradas, nada de lo que
trajeron era de mi agrado salvo un whiskey en las rocas acompañado de un agua
mineral. Después del postre las hijas de Gina se fueron, era casi media noche.
Nos cambiamos a una mesa donde pudiéramos fumar y pedimos otra ronda de
bebidas. Por las ventanas me señalaron el edificio más alto de Irapuato, este
en su último piso tenía un bar llamado el Penth
House donde según Gina la vista de todo Irapuato era magistral. Les propuse
irnos y seguir bebiendo allá. Accedieron ambas sin titubear así que pagué la
cuenta tan rápido como pude y caminamos al bar.
Pasamos por un sótano bajando
una rampa puntiaguda y prolongada, avanzando hacia el purgatorio. Llegamos a un
elevador iluminado con luz roja como el mismo infierno. Dos cadeneros tan
grandes como luchadores nos abrieron la cadena tan pronto no acercamos, es difícil
de negar el acceso un tipo acompañado con imponentes hembras a cada lado. Uno
de ellos entra al elevador y pica el botón con la insignia de PH. Subimos parados como se posan todos
lo que están en un elevador: viendo al techo.
Cuando se abrieron las puertas
un sinfín de luces de colores y música penetrante me inundaron las retinas y
los tímpanos. Gina y Fofo a mi lado dueñas de la situación como las mejores
anfitrionas buscaron al capitán quien enseguida nos asignó una mesa junto a la
ventana pues no podría perderme la vista de la cuidad, que en realidad no se
veía nada. A los capitalinos no nos presume nadie, pensé. Ya acomodados pedí
dos botellas, una de tequila y una de gin, fui al baño y compré dos cajetillas
de cigarros. Si nos íbamos a poner, pues puestos hasta el fondo. Entre la
primera y la cuarta y así la quinta seguimos tomando y fumando. No lo había visto antes, o será que no soy
una persona nocturna, pero de repente sentí un calor intenso en la espalda, los
vecinos de mesa pidieron una especia de charola que la contenía una pirámide
hecha de trozos de canela. A la cuenta de tres la prendieron como volcán en
erupción, la verdad no encontré la diversión en una demostración de pirotécnica
tan burda y retrograda; incluso peligroso pender fuego en un lagar tan
concurrido y lleno de bebidas y con solo una salida, si eso se prende pues que
ojalá estén confesos los causantes de semejante acto de burguesía innecesaria.
Esto no sucedió una solo vez, varios irapuatences lo pedían, saltaban de gusto
al explotar la canela lo que a mí solo me producía una carraspera en la
garganta. Mas tarde y justo después de otra micro explosión proveniente de una
mesa de japoneses (Si japoneses, resulta que en los últimos años las
automotrices han abierto plantas en Irapuato, resultando en ello con la
migración de varios japoneses que trabajan en ellas) se acercó un tipo, alto y
relamido con una copa con un líquido denso y gris. Se paró frente a nosotros y
se levantó la playera enseñando su abdomen.
Mirando a Gina se sobaba la panza. Entendí después de una explicación que
era paciente de ella y había bajado de peso, orgulloso de esto mostraba su
obligo deforme a su doctora. Gina, tan educada y cortés me lo presentó. Se
trataba de un Futbolista que juega en segunda división, el equipo local ese fin
de semana jugaba de visitante en Cancún y él se ausentaba derivado de una
lesión no recuerdo en que parte, si me lo dijo. Me gusta el Futbol, pero
entiendo como todo mexicano decepcionado de sus representantes seleccionados
que estos, en su mayoría hacen lo que este individuo estaba haciendo esa noche,
aprovechar para ponerse hasta su madre en vez de rehabilitarse y seguir en su
mejor forma.
Entrando en platica con él no
me lo guardé y lo cuestioné, este solo quería invitarme bebidas como la suya a
los que me negué. Sacaba dinero de su bolsa en señal de cortesía para invitar
la ronda. Guarda tu lana carnal, le dije que no tenía que pagar nada puesto que
las botellas ya en la mesa eran suficientes. Llegó hasta ser molesta su
presencia tanto a Gina como a mí. Borracho e intenso no dejaba que yo platicara
con ese rostro familiar de mi portada. Por fin un reguetón lo llevo a su mesa,
barra o donde sea que este estaba antes.
No me
lo podía guardar, ella tenía que saber lo que su rostro me había producido.
Tímido y con reserva después ya de varias horas y cubas la lleve a parte. Le
dije que su cara me tenía hipnotizado, no nada más por su belleza natural sino
porque después de meses de verla en mi novela y semanas antes escogiéndola me
era más que familiar. Eso sin contar lo bien que me había tratado desde que me
subí en su coche. Poca gente es tan cortés con un desconocido por más que se lo
encarguen. Se ruborizó, noté que se apenaba y al mismo tiempo se sentía
halagada.
Fue
una de esas noches que no quieres que termine, irreal e inesperada. Pero cerca
de las cuatro de la mañana era hora de irse. Mi hotel estaba en el centro y
ellas vivían cerca del antro este. No les pedí que me llevaran puesto que dos
mujeres solas y a esas horas podría acabar en catástrofe. Tomamos el elevador
que nos sacó del infierno y bajó al purgatorio, subimos la rampa empinada para
estar de regreso en el mundo de los vivos. Con muy poca pila en mi celular pedí
un Uber que según llegaba en siete minutos. No me sorprendió el tiempo de
espera, me asombró que Uber opere en Irapuato. Pasaron siete y quince minutos y
no llegaba. Aquellos cadeneros-luchadores-cara-de-malos notaron mi espera y me
ayudaron llamando a un taxi “de confianza”. Llegó, me despedí de Gina y Fofo
que pacientemente esperaban conmigo. El título nobiliario del taxista puesto
por los cadeneros no calmaron mi ansiedad por estar en mi hotel. Fue hasta que
llegué que pude sentirme tranquilo. Subí cayendo rendido en la cama, puse mi
alarma, tenía un vuelo que tomar al otro día.
Amanecí crudo, no tanto del
alcohol, más bien de la enorme cantidad de nicotina que mis pulmones habían
recibido. Hector estaría en escasos quince minutos abajo. Me bañé rápido,
empaqué y salí de la habitación. Abajo, tomé un café y nos fuimos rumbo al
aeropuerto. La carretera de regreso fue un martirio, la cabeza me punzaba y un
hueco en mi estómago no me dejaba estar. Sin contar la molestia en la garganta.
El avión se atrasó, espere más
de dos horas en el aeropuerto de León para poder volar a México. Lo que me
permitió además de desayunar fue ver el inicio de la cuarta transformación
mexicana. AMLO tomaba protesta como presidente ahora constitucional. Los
viajeros ahí presentes teníamos nuestros cinco los sentidos puestos en las
palabras de este personaje.
Sin que terminara su discurso
nos notificaron abordar el avión, quiero suponer que de querer verlo completo
hubiéramos tenido que acampar en el aeropuerto, su dicción errática y confusa
hace espirales que no llegan a nada. Llegué a la gran Tenochtitlán el sábado al
mediodía. Regresaba a mi burguesía con mi chofer esperando en la puerta tres de
salidas nacionales, imposible manejar o esperar un taxi en el estado que
estaba.
Sin haber probado las fresas
regresé con su sabor y su color. Rojo como la iluminación de aquel elevador. Dulce,
como las caras de todos lo que conocí. Pero sobre todo jugosas como mi corta
estancia ahí.