El ruido de la ciudad lo mataba. No se daba cuenta pero cada día moría. Poco a poco su vida se consumía con el pasar de los coches y el smog que tanto le molestaba aspirar. Nunca pudo cumplir su sueño. Estancado como pilar de muelle, Rodrigo vivía, o más bien moría cada minuto que respiraba. Sobrevivir la rutina era su lema diario. Desde el sonar de su despertador 6.15 am hasta que apagaba el televisor a las 10 pm, pasaba las horas en la soledad de su vida, misma que se resumía a ir y volver del trabajo.
Trabajar para sobrevivir, solo para poder pasar el día, comprar lo mínimo necesario para techo, ropa y alimento.
Pasaba el día frente al monitor de una computadora, con su diadema puesta atendiendo llamadas de clientes insatisfechos. Irónicamente como si su insatisfacción no fuera suficiente. “Al menos ellos tienen un número al que llamar” pensaba, sabiendo que la suya no había línea 1800 para desahogarse. Muerto en Vida… ¡Vida que va muriendo!
Sentado en su cubículo lo primero que se le presentaría era ese inmenso reloj al final del pasillo, marcando las 8.00 am en punto. Contestaría la primera llamada incongruente y contradictoria a su vida o más bien al camino a su muerte. Mirando el reloj cada oportunidad que tenía solo esperaba que marcara la 13.00 pm para poder salir a tomar su lunch. Una caja que contenía un sándwich de queso y una lata de refresco, le era proporcionada por sus empleadores. Y con 30 largos minutos para ingerirla, 13.30 pm estaría listo para recibir la siguiente queja y registrarla en el sistema. Pasando los minutos, observados por Rodrigo, si no todos la mayoría de ellos, a la marca de las 16.55 concluiría con sus llamaras para enviar todos sus reportes atendidos en el día. Sin saber el destinatario del pasar de las horas de su vida, en cinco minutos terminaría para a las 17.00 retirarse. Haciendo exactamente la misma rutina matutina, así que su regreso le resultaba idéntico solo que al revés.
– Mmm siempre el mismo sándwich… ya es hora que lo hagan diferente, ¿no crees?- Rompió el hielo para iniciar una conversación mientras masticaba el inicio de la segunda mitad de su humilde comida.
– Eee… ¡Pues sí! el mismo – contestó sin tener una postura firme sobre el tema, nunca se lo había cuestionado. Para él era el medio de solo no tener hambre.
-Pues no sé qué opines, pero para mí ¡esto es una vergüenza! Y no es justo que nos traten así, les damos los mejor de nuestros días. Y si quieres que oigamos esas malditas quejas todo el día con atención, lo menos es que nos den bien de comer.
¡Por cierto me llamo Estela! ¿Tú?
-Yo, opino igual…
-No. ¿Digo que como te llamas?
-Rodrigo.
Ahora y no en un mejor lugar, como dijo su tía en su lecho de muerte. Recordando los ojos de Estela, aseguraba que no había mejor lugar que este, donde estuviera ella. Contradiciendo esa idea clavada que todos los días se moría un poco y cambiándola a que todos los días se vivía un poco.
Así como lo negro se hace blanco y lo salado se puede convertir en dulce, su vida dio un gran giro. Se levantaba todos los días un poco más temprano para arreglarse mejor. Se percató que su ropa era anticuada, decidió además de ponerse en forma, comprar nueva. Un cambio de look completo. Preparado para su encuentro con Estela, que sin fecha agendada y cierta, él estaría preparado viviendo un poco más cada día.
Al pasar del tiempo, el Rodrigo reservado se había convertido en amiguero y excelente conversador. De ser solitario, a diario era incluido en actividades organizadas al término del horario laboral a las que acudía con frecuencia. Descubrió que detrás de esa bebida amarrilla y llena de espuma, además de un sabor refrescante, tenía un imán de amigos al solo sostener la botella en su mano y más de una ocasión, por horas sin darse cuenta, tenía la misma botella vacía.
No fue hasta una de estas excursiones nocturnas con sus compañeros de trabajo, que decidió preguntar si alguien conocía a Estela, ¡Si la de la sección 5! Sus ojos de perlas hermosos, no los había logrado borra de su mente y sueños. Seguía siendo su motivo e inspiración del arreglo diario.
La respuesta fue constante e igual por todos:
¿Estela? ¿Sección 5? ¡De que hablas! No existe tal… ¡Solo hay 4 secciones!